La investigación en los campos relacionados con las ciencias sociales, a mi entender, tiene varios problemas: La dependencia del contexto particular en el que se realizan los estudios y los cambios generacionales, que pueden dejar los resultados de una investigación previa obsoletos, son algunos de ellos.
A la hora de elegir una muestra para un experimento práctico, es realmente complicado que podamos tener una universal, por lo distintos que somos los seres humanos en muchos aspectos: ideología, intereses, cultura, situación económica, posición política, religión… Podríamos decir que prácticamente hay tantos pensamientos diferentes como seres humanos. Por lo tanto, en cualquier investigación de tipo social, es complicado llegar a conclusiones que no estén restringidas a un contexto concreto. Incluso se restringen a un momento concreto, si tenemos en cuenta los cambios generacionales, económicos, políticos y evolutivos (en lo que a pensamiento se refiere) que tenemos como especie.
Creo que estos son algunos de los problemas por los que los profesores no están en ocasiones al día de los avances en la investigación educativa. Con la explosión de nuevas metodologías que se pueden aplicar en el aula en los últimos años (muchas refritos de metodologías ya usadas muchos años atrás), uno puede sentirse abrumado ante el desconocimiento sobre qué es mejor para su alumnado. Si se profundiza, se llegará a la conclusión de que no hay una metodología mágica y que lo mejor es adaptarse al grupo humano que tenemos delante. ¿Y qué significa eso? ¿Cómo me adapto a un grupo del que no conozco casi nada en un primer momento? ¿Cómo sé qué es lo que mejor funcionará si la persona que da la clase, diseña el instrumento de evaluación y lo corrige es la misma? Al final, en muchos casos se acaba tirando de experiencia e intuición. Por lo tanto, ¿dónde queda el avance de la investigación al respecto?
El lector puede pensar después de leer lo anterior, que esto es un manifiesto pesimista en contra de la investigación en ciencias sociales. Y nada más lejos de la realidad. Estos aspectos son precisamente parte de su fortaleza, porque justifican que la investigación deba ser constante y numerosa, que nos permita sacar conclusiones aplicables a nuestro contexto. Además, qué aburrido sería si no cambiase a lo largo del tiempo, señal de que no cambiaríamos como sociedad.
Creo, por tanto, que en las escuelas es fundamental aplicar la investigación-acción. Se trata de hacer un pequeño esfuerzo para dotar a nuestros proyectos de innovación en el aula de un marco investigador. Sería ideal contar con alianzas investigadores-docentes que nos permitieran diseñar mejor esos proyectos, nos acompañaran en la interpretación de los datos e hiciesen posible que las conclusiones fuesen revisadas por pares para que puedan ser confirmadas o refutadas y finalmente publicadas en abierto.
Ya no se trata de hacer un proyecto, diseñar una metodología o utilizar una herramienta y venderlo como la próxima panacea educativa, sino de hacer un análisis serio, con conclusiones positivas y negativas, siendo honestos con las ventajas y desventajas. Esto hará que esa intuición que se gana con la experiencia mejore y se mantenga más libre de sesgos, por lo que repercutirá directamente en la calidad de la educación que estamos dando. Para ello, es fundamental replicar los estudios en distintos centros con diferentes contextos (cuantos más, mejor), usando grupos de control formados por la mitad del alumnado objetivo de cada uno de ellos para contar con muestras lo suficientemente representativas y evitar el sesgo del investigador.
Otra consecuencia directa es que otros investigadores podrán utilizar todos esos datos para analizarlos (análisis secundario) y llegar a conclusiones más generales, en la infinita búsqueda de principios universales. Como ejemplo, quiero recomendar el libro de Héctor Ruiz Martín, ¿Cómo aprendemos? Una aproximación científica al aprendizaje y la enseñanza, en el que parte de múltiples estudios científicos para resumirnos lo que sabemos actualmente sobre cómo aprende el cerebro dentro del campo de la psicología cognitiva. Resumen que se concretan en unas estrategias de estudios efectivas que refleja muy claramente en su nuevo libro orientado a estudiantes, Conoce tu cerebro para aprender a aprender. De una forma similar, Pedro de Bruyckere, Paul A. Kirschner y Casper D. Hulshof desmienten los mitos que solemos encontrar en educación en sus libros Urban Myths about Learning and Education y More Urban Myths about Learning and Education. Libros que, por cierto, estaría muy bien que se tradujeran al castellano. En el artículo 12 Educational Research Myths de John Dabell se resumen algunos de esos mitos educativos más difundidos.
Hagamos pues más investigación-acción en el aula, optimicemos el desarrollo de nuestra experiencia e intuición educativa, colaboremos con agentes que tengan contextos similares a los nuestros, pongamos nuestro granito de arena en macroestudios que permitan publicar libros de divulgación, apliquemos las conclusiones de esos libros en nuestro día a día del aula y… Volvamos a empezar.