Docentes, enfundad vuestras armas contra la IA

En mi anterior vida de estudiante, la elaboración de trabajos monográficos, tanto individuales como en grupo, pasó por varias etapas. En la primera, acudíamos a la biblioteca (seguro que a más de uno/a se le ha erizado la piel con esta palabra) con la esperanza de localizar entre los voluminosos volúmenes algún párrafo útil que pudiésemos copiar manualmente. Un poco después, algunos privilegiados tuvimos la suerte de contar con unos CDs etiquetados como “Encarta”. Si no se complicaba mucho el tema, nos ahorraban un viaje y la búsqueda pasaba a realizarla el mismo ordenador. Por lo demás, la dinámica era la misma: localizar el párrafo y copiarlo a mano. En la última etapa, ya teníamos acceso a Internet. Y con éste, la mayor pesadilla del profesorado que mandaba realizar trabajos en casa: la Wikipedia. Por supuesto, supieron convencernos de que la mayor parte de la información que contenía era probablemente falsa. Porque ahí: “Podía escribir cualquiera”. Es curioso, porque de alguna manera por primera vez se nos forzó a hacer algo diferente. Sabíamos que los profesores comprobarían el artículo en Wikipedia, así que podía ser nuestra fuente de información, pero teníamos que cambiar ligeramente la forma de expresar lo mismo, ya no podíamos copiar un párrafo literalmente. Bueno, al menos hasta que llegó El Rincón del Vago. Parecía que la única herramienta con la que se contaba para evitar el copia/pega era mandarnos realizar el trabajo a mano en lugar de dejarnos usar el ordenador. “Así nos aseguramos de que leen la información una vez al menos”, pensarían. ¡Con lo bonito y ordenado que quedaba un trabajo impreso! Y lo maravillosas que eran las portadas realizadas con WordArt. El caso es que nunca se nos enseñó a extraer y manipular la información, o al menos yo no recuerdo haber aprendido en esas etapas. Era simpático ver los libros de texto de los compañeros y compañeras de clase, subrayados con “lo más importante”: Todo, excepto los determinantes, las preposiciones y algún adverbio.

No dejo de preguntarme: ¿Qué habría pasado si se hubiera valorado Wikipedia como un recurso en lugar de señalarla como una enemiga natural de la docencia? ¿Y si nos hubiesen enviado como trabajo analizar un artículo, sus fuentes y hacer un comentario crítico sobre la veracidad del mismo? ¿Y si se hubiese escogido un tema con poca información para completarlo con referencias de otros lugares, de forma colaborativa y supervisada? No sé, quizás hoy el español no estaría en el puesto número 8 de artículos, siendo el cuarto idioma más hablado en el mundo. Sin lugar a dudas, una oportunidad perdida.

Y aquí estamos, en 2023, a punto de tropezar, como buenos seres humanos, con la misma piedra de nuevo. Empezando por la preocupación por detectar trabajos y redacciones realizadas con Inteligencia Artificial. Incluso he llegado a leer que profesores han estado copiando y pegando contenido de trabajos del alumnado a ChatGPT para preguntarle directamente si se ha utilizado para redactarlo. Por favor, no hagáis eso, porque no funciona así. La propia empresa creadora de ChatGPT puso a disposición una herramienta de detección y se vio obligada a retirarla, porque no lograron que funcionara correctamente. Hay otra empresa cuyo modelo de negocio se basa en detectar textos escritos con grandes modelos de lenguaje. Utiliza múltiples enfoques diferentes a la vez para dar un resultado y presume de ser “la solución que menos falsos positivos tiene”. Como docentes, sabemos que si queremos acusar al alumnado de plagio no solo tenemos que estar 100% seguros, sino que necesitamos pruebas de ello. Así que lo mejor, bajo mi punto de vista, es asumir a partir de ahora que los textos, imágenes, vídeos y demás contenidos digitales pueden crearse con Inteligencia Artificial. Que no podemos ni podremos detectarlo con el nivel de precisión que necesitamos. A partir de esa premisa, actuemos en consecuencia.

Cuando digo que actuemos en consecuencia no significa que lo usemos como excusa para dejar de pensar nuevas fórmulas de aprendizaje o evaluación y tomar el camino fácil. Por ejemplo, este profesor indica que ha pasado de mandar trabajos que se realizaban con libros a volver a hacer un examen tradicional sobre esos libros. Asegurando, además, que no piensa que esa memorización tenga sentido. Porque claro, probar el camino intermedio de hacer un examen en el que puedan tener esos libros a mano para consultarlos sería algo fuera de toda lógica, no se le ocurriría a nadie con sentido común. No soy quién para decirle a nadie cómo debe realizar su trabajo. Si le pareciese útil que su alumnado estudiase los libros de memoria, por mí perfecto. Pero no me vendas que la Inteligencia Artificial te ha dejado una única opción, y que para colmo piensas que es una solución que perjudica el proceso de enseñanza-aprendizaje de tu materia. Por suerte, hay otros ejemplos que nos permiten tener esperanza, que nos invitan a reflexionar cómo podemos convertir a un enemigo en nuestro mejor aliado.

Será bonito ver, en esta era que podemos llamar post-ChatGPT, qué nuevas ideas ponen sobre la mesa los profesores y las profesoras del mundo. Mientras tanto, si no se nos ocurre nada mejor, podemos hacer algo que ya está inventado. Algo que conocen muy bien las personas que enseñan matemáticas: evaluar el proceso y no el resultado. Porque si alguien puede utilizar una calculadora para resolver un cálculo que queremos que sepan realizar manualmente, solamente tenemos que obligar a indicar los pasos que se han seguido para llegar a la solución. Y eso lo podemos hacer de muchas formas, dependiendo del alumnado, la etapa y los recursos. Desde decirles que en casa busquen la información (o en equipos ubicados en el aula) para realizar la redacción del trabajo en las horas de clase, a soluciones más tecnológicas, como usar algún procesador de texto en línea que permita revisar el historial de los pasos seguidos hasta llegar al trabajo final. También será interesante dar un peso importante de la calificación a una bitácora que tenga que realizar el alumnado. Algo que me parece muy útil para darles retroalimentación y así permitirles mejorar su flujo de trabajo.

¿Y por qué no podrían estas nuevas tecnologías formar parte de ese flujo? De nuevo, dependiendo de la etapa en la que nos encontremos y el uso que le demos puede ser muy útil. Sobre todo en los últimos cursos. En aquellos donde se presupone que el alumnado ha aprendido a redactar y expresarse correctamente. Porque no nos olvidemos que después llegan al mundo laboral. Un mundo en el que manda el dinero. Un mundo en el que el dinero se intercambia por tiempo. Por lo tanto, un mundo en el que cualquier herramienta que suponga un ahorro de tiempo va a acabar imponiéndose. Porque en la primera fase de esta revolución que comenzamos, una Inteligencia Artificial no te quitará el trabajo, pero sí una persona que sepa cómo usarla para ser más productiva.

Obviamente, para enseñar las posibilidades y limitaciones que esta tecnología tiene actualmente, los docentes debemos formarnos. En Internet podemos encontrar suficientes recursos gratuitos para ello con un poco de curiosidad. Incluida una guía ofrecida por OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT. Aparte de leer mucho sobre el tema, también es necesario que lo pongamos en práctica. Solemos quejarnos, con razón, de la cantidad de horas (muy por encima de nuestro contrato) que necesitamos dedicar a nuestro trabajo para hacerlo bien: planificación de sesiones, correcciones, adaptaciones del material a la diversidad de nuestro aula, reuniones, gestión de proyectos, tutorías… Quizás alguien piense: “¿No te parece trampa usar IA para corregir?” Y probablemente esa misma persona haya planteado en alguna ocasión un tipo test que se corrige automáticamente en el aula virtual. No se trata de delegar completamente ninguna tarea a la Inteligencia Artificial, sino de usarla como un asistente que nos permita hacer el 80% del trabajo de gestión en un 20% del tiempo. Siempre de forma supervisada y aportando nuestra experiencia en el proceso. Quizás esta tecnología sea el primer paso para provocar una evolución de la docencia. Una en la que será posible el aprendizaje personalizado al mismo tiempo que mejoramos nuestra conciliación. ¿No sería maravilloso?

Gracias por leer y llegar hasta aquí.

PD: Ninguna IA ha sido maltratada para la redacción de este artículo… Pero sí para generar la imagen que lo ilustra.